HASTA EL FIN DEL MUNDO | CRÍTICA

Personal y emocionante western que confirma el talento de Mortensen en la dirección

Viggo Mortensen dirige y protagoniza la cinta.

Viggo Mortensen dirige y protagoniza la cinta. / D. S.

Como director, Viggo Mortensen tiene una rara capacidad para salirse de su tiempo sin incurrir en la revisión nostálgica, como si lo abandonara para regresar a él trayéndose estilos, temas o modos del cine de otros tiempos que él rehace de forma muy personal adaptándolos, no a lo que el presente exige, porque no se trata de revivals o aggiornamentos, sino a lo que esos referentes sugieren a su sensibilidad o creatividad para contar historias de sabor clásico y alma moderna desde una perspectiva emocional y creativamente sincera. Falling (2020) era y no era un melodrama clásico despellejado de toda corrección o censura a la vez que era y no era un drama moderno en el que Mortensen (como actor) podía ser el Newman (sin Taylor de tapadera) y Lance Heriksen el Burl Ives de una brutal revisión de La gata sobre el tejado de zinc; o podía ser el recto y vulnerable Clift de Río Rojo, citada en ella, enfrentado a un Wayne mucho más brutal y demente.

En su tardío debut como director con esta película el gran actor, que también es poeta, fotógrafo, músico y pintor, logró sorprender y admirar a partes iguales. Ahora vuelve a hacerlo porque Hasta el fin del mundo es lo opuesto a Falling en todo salvo en una cosa: la revisitación del legado del cine americano -en este caso su corazón trágico y épico: el western- para traerlo, no al presente actualizándolo obedeciendo a la moda y la exigencia del público, sino a su presente, es decir, a su universo propio de intereses creativos, emocionales e ideológicos.

Todos los elementos del western clásico y moderno (por tal me refiero al de los años 50 y 60 con el epílogo marcado por Eastwood) están presentes. Una mujer fuerte e independiente con antiguas heridas y sueños no cumplidos que afronta, por amor a un hombre íntegro, la dura pero limpia vida de los pioneros en el Oeste. Un pueblo sometido a un alcalde corrupto. Un ranchero todopoderoso con un hijo desquiciado. ¿Habremos visto westerns trenzados con estos mimbres? ¿Habremos visto mujeres fuertes e independientes -una de las muchas tonterías que se han dicho de este género es que carece de personajes femeninos fuertes- interpretadas por Jane Darwell, Irene Richt, Mildred Natwick u Olive Carey por referirme solo al universo Ford? ¿Habremos visto alcaldes (y sheriffs, y jueces) corruptos que dominan un pueblo? ¿Habremos visto rancheros despóticos con hijos tan pasados de rosca que hacen buenos a sus padres? ¿Habremos visto mujeres solas -porque su maridos están ausentes- que han de enfrentarse a ellos y sobrevivir solas? Pues todos estos elementos están aquí presentes. Pero no como citas, guiños o nostalgia. Están presentes con naturalidad, como exigencias de la historia ancladas en referencias que ya son textos-fuentes.

Quienes amamos el género podemos percibir ecos de El último tren de Gun Hill, El fuera de la ley o Sin perdón entre otras muchas películas. Pero sin servidumbres y tampoco sin pretender actualizaciones oportunistas que deformen las fuentes clásicas. Estamos hablando de creación de una obra profundamente personal. Mortensen -sirviéndose de un excepcional montaje no lineal que salta en el tiempo y de una soberbia dirección fotográfica del inglés Marcel Zyskind que da toda la fuerza dramática al paisaje que exige el género, a la vez que toda la delicada ternura que algunos rostros requieren- crea una conmovedora historia de amor y resistencia, llena de ternura sin blandura, de sentimiento sin sentimentalismo, de limpieza moral de unos y turbiedad de otros sin simplificaciones maniqueístas, poniendo a su protagonista femenina -extraordinaria interpretación de Vicky Krieps- en su centro, rodeada por unos igualmente perfectos Mortensen, Garret Dilahunt, Danny Huston, W. Earl Brown y el siempre inmenso Lance Heriksen. Creo que no lo hace por seguir modas políticamente correctas, sino por convicción: la inspiración de la película es su madre, a la que está dedicada. La protagonista es personaje entroncado con las mujeres fuertes fordianas que podría decir lo que en Centauros del desierto responde la señora Jorgensen a su marido cuando, vencido, quiere abandonar su pequeño rancho: "Algún día será un agradable lugar para vivir. Puede que hagan falta nuestros huesos para que eso ocurra".

Moderna y clásica, apasionada y serena, dura y tierna, poética y realista, discreta en su contundencia y poderosa en su modestia, Hasta el fin del mundo es un auténtico western -lo que es mucho decir en los tiempos que corren- y una gran película que no se da aires de pretender serlo, además de confirmación del gran e independiente y personal talento como director de Viggo Mortensen.           

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios