Soy de los que defienden que la única justicia está en la universalidad de nuestro Estado de Derecho. Soy de los que jamás permitiría su quiebra, no por sí misma, sino por el efecto futuro en el conjunto de la ciudadanía. Pertenezco a los que defienden la innecesariedad de los daños colaterales por mucho que la imagen sea pública, de la necesidad de preservarla, de la obligación que tenemos de conservar los valores que sirvieron para construir nuestra democracia… La historia se hace jirones, pero la verdad, aunque nos duela, debe prevalecer sobre absurdas guerras de guerrillas. Respeto, siempre. Prudencia, también. Y la verdad. La verdad por encima de cualquier otra condición. Como criterio y como forma de conducirnos en la vida.

Pero la dignidad que tanto han predicado desde Moncloa y Ferraz esta semana es otra cosa. Pedro Sánchez juega con fuego. Y el fuego separa bandos, alienta contendientes, y consume en cenizas lo que más de cuarenta años defendimos. Dar respuesta en el rigor de la contienda a imágenes como las de esta semana que solo degradan nuestro estado de derecho, resulta desagradable. Un presidente de gobierno que no duda en enterrar los valores que todos cultivamos en el enésimo intento de equilibrar un pasado que amenaza con volverse de condición arrojadiza. Ya hay dos bandos. No es una quimera, y en esa condición separatista, ha encontrado una manera de perpetuarse en el poder. A ello conduce la vanidad de un político endiosado, acompañada de excesivas dosis de incompetencia y atrevimiento. Las palabras, enormes. Bajo ellas fluye un Luis XIV disfrazado de pactos, de falsas adulaciones, de engaños tejidos bajo estudios de imagen y comunicación y un CIS que a todo encuentra cabida. De esto iba Luis XIV: “El Estado sólo soy yo”. Alguien debería enseñar la condición de estadista. Asumir como propia de su condición la impopularidad, el desgaste, un tremendo zasca, una injusta crítica. Ese es el problema de Pedro Sánchez: quiere pasar a la historia como inventor de un nuevo país llamado… póngale Vd. el nombre.

Sánchez hace tiempo perdió la vergüenza. La guerra por el control de los medios es la mayor batalla y más encarnizada batalla de lo que va de siglo. Después del teatro de los cuatro días de asuntos propios que se tomó, cree haber encontrado la forma de ganarla, por encima incluso del poder judicial. Poco importa aquel país llamado España. Mientras dedica su tiempo a políticas de baja alcurnia, esconde los auténticos problemas en un país que debe crecer económicamente y en un mundo que lenta y cotidianamente se muere y pierde la esperanza de recuperar el norte.

Decía Georg Lichtenberg que “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. En esas nos abocamos ahora. Esta sociedad no tiene visos de recuperar la cordura. Mientras no propongamos una nueva tarima para el encuentro, para recuperar el Norte, siempre andaremos en la inseguridad de si merece o no la pena levantarse y aportar tu granito de arena. Ejemplos no faltan para quedarse, un día sí y otro también, en la cama.

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